lunes, 5 de mayo de 2008

Un día muy triste

Acabo de recibir una noticia muy triste. Muchu, el perro del que cuidamos Rocío y yo y que tanta alegría y sentido dio a nuestras vidas aquí, ha tenido que ser sacrificado.
Aquejado de continuos dolores de estómago y con problemas digestivos-neurovegetativos no demasiado fáciles de diagnosticar, cayó en una anorexia que, sin duda, lo haría morir de inanición.
Su dueña, que ha hecho todo lo posible por salvarlo vio en la eutanasia era la única manera de acabar con el sufrimiento de Muchu. No dudo ni por un momento que la decisión haya sido verdaderamente difícil, pues era su fiel compañero, su amigo y una parte de ella.
Esto ha sido un mazazo a mi pequeño y frío corazón. Un corazón que ha tenido que ir endureciéndose para poder dar paso a una mentalidad fría y científica que no deja cabida para los sentimientos ni la ética del cariño. Quizá yo haría lo mismo con Galita, mi fiel compañera y la de mi familia, porque antes que verla sufrir prefiero pasar por un auténtico calvario y saber que, en la medida de lo que me ha sido posible, he aliviado el futuro sufrimiento. Pero eso es la dicotomía del veterinario.
Siempre a caballo entre el cariño y la devoción por los animales, y la practicidad analgésica de la ciencia. Recibir una noticia así no hace más que poner en tela de juicio hasta qué punto somos científicos y hasta qué punto dejamos de ser personas. Me gustaría decir que podía haberlo salvado, haber hallado la respuesta a sus problemas y poner solución. Pero no ha sido así. Y para su dueña tapoco. He preguntado siempre que me ha sido posible por el estado de Muchu, y las noticias no auguraban nada bueno: "no sabemos lo que tiene", "continúa adelgazando porque se niega a comer"...
Tal vez Muchu estaba triste porque no tenía miedo a morir, porque los animales no temen a la muerte, simplemente buscan un lugar tranquilo donde depositar sus huesos y dejar que la naturaleza haga el resto, dejar que su existencia quede en el recuerdo, que su dueño encuentre un nuevo compañero de aventuras.
Pero lo cierto es, y ellos no lo saben, que una parte de ellos sigue viviendo en el interior de sus dueños, bien sea como un recuerdo alegre o como una total impotencia de no haber hallado la solución a su problema, más aún si el dueño es veterinario. ("He estudiado medicina veterinaria y soy incapaz de salvar a mi propio amigo de las garras de la muerte" o bien, y en eso quiero creer: "Estudiaré más a fondo, para evitar que algún dueño pierda a su compañero de fatigas").
Muchu, cielo, espero que donde vayas siempre lleves la felicidad de tus vivos ojos, tus saltos y tus carreras. Y que nunca te olvides de que aquí siempre te querremos. RIP.